Hay momentos en la historia en que se abre una puerta a grandes cambios. Grandes revoluciones, para bien o para mal, ocurren en el vacío creado por estas aperturas. Es en estos tiempos cuando hombres y mujeres, incluso generaciones enteras, lo arriesgan todo para convertirse en el gozne de la historia: ese punto crucial que determina hacia dónde se abrirá la puerta.

Esther fue como una bisagra en la historia. Ella era una judía huérfana en la Persia pagana, adoptada por Mardoqueo, su tío, y luego llevada debido a su belleza al harén de un rey malvado. Luego fue coronada reina de Persia. En aquella ocasión, el rey promovió al malvado Amán, quien emitió un decreto de destrucción contra todos los judíos del imperio persa. De repente, empujada a un momento decisivo de vida o muerte, decidió arriesgar su vida yendo sin permiso a la presencia del rey en lugar de vivir para preservar su vida. Allí intercedió ante el rey y al hacerlo salvó a judíos de todo el mundo del genocidio. Ahora su historia se ha convertido en el modelo divino y la inspiración para cada generación que vive bajo la sombra de la legislación anticristo, la persecución y las ideologías antifamiliares que amenazan con destruir el núcleo social y el fundamento mismo sobre el cual una nación se construyó, preservó y prosperó.